¿Más Snarry? Vuelve

Vivo

Por Aucta Sinistra

Ubicación original

Traducido por Danvers - Beta: Veroboned

 

Como innumerables héroes habían hecho antes que él, Harry Potter descubrió que cuando se ganan las grandes batallas, la menor amenaza es la más grande.

No es nada sobre lo que avergonzarse, habría mentido Hermione (no porque fuera una mentirosa, sino porque le importaban los sentimientos de Harry). Ella le habría consolado.

Hay mucha gente que no sabe, habría dicho Ron, intentando no reírse demasiado fuerte, porque sabía que Harry podría encajar la burla viniendo de un amigo. Ron le habría tomado el pelo.

Dumbledore probablemente le habría ofrecido un consejo poco claro que, después de mucha consideración, Harry habría encontrado digno de ser oído.

Sirius o Remus sencillamente le habrían enseñado cómo hacerlo, y Hagrid al menos lo habría intentado. Ginny… Quizás a Ginny no le habría dicho nada. No le había dicho un montón de cosas. No es que ahora importase

De entre los vivos, Neville, que había luchado en el tercer invernadero contra una Tentacula venenosa más grande que su cuerpo entero, le había mirado inocentemente y le habría dicho, sin evidente ironía—: Yo tampoco sé. Siempre tuve miedo de aprender.

Minerva simplemente le había mirado, del mismo modo en que siempre lo hacía, tan directamente que hacía sentir a Harry como cuando era un niño, cuando estaba sin cicatrices, sin heridas, ileso. Extrañamente, le sentó mal. Había merecido las cicatrices, y una parte infantil de él se enorgullecía cuando los de primer año se quedaban con la boca abierta y daban un paso atrás al entrar en el aula. Pero parecía una locura sentirse empequeñecido por la directa mirada de Minerva cuando ya no podía soportar mirarse en el espejo.

—¿Eso importa? —había preguntado la directora a su profesor de defensa. Harry se encogió de hombros.

—Me gustaría aprender —había dicho.

Después de otra grave mirada, dijo—: El lago es demasiado frío, incluso en verano. —Como los alumnos nadaban allí con frecuencia, Harry entendió que lo que en realidad quería decir era que estaba demasiado frío para que lo soportara su pierna inválida—. Pero hay una gruta.

—¿La hay? —interrumpió Flitwick—. Había escuchado rumores.

—Bajo las mazmorras —dijo Minerva. La mirada de Harry se dirigió rápidamente al asiento de la esquina donde Snape se sentaba, mirándoles, envuelto en silencio y sonriéndoles con desprecio, como siempre. Y como siempre, acechando.

—El agua está templada, alimentada por fuentes termales, y serena. Perfecta para un principiante.

Harry, se perdió por un momento en la comprensión de que no sentía vergüenza de no saber, como un adulto de 25 años, lo que la mayor parte de los niños aprendían a la mitad de su edad. ¿Es eso crecer? ¿Sencillamente dejar de sentirla? Al final asintió.

—Gracias, Minerva. Lo intentaré.

—¿Quieres compañía? —Tonks se medio levantó de su asiento, ligera como siempre—. No me he bañado en años.

Harry negó con la cabeza. —No. Gracias, pero… —Un encogimiento de hombros y una sonrisa avergonzada salieron a relucir de algún lugar, no quería herirla más de lo que ya había sido—. Ya sabes, es algo humillante tener a gente observándome mientras me muevo con dificultad. Espera hasta que aprenda, entonces tendremos una fiesta en la piscina.

Volvió a sentarse en la silla, con su sonrisa dolorosamente brillante—: Claro, Harry. Lo haremos en otro momento.

Harry se detuvo camino de la salida junto a la silla de Snape. Éste elevó la mirada, y el Gryffindor fue golpeado de nuevo por el hecho de que aunque la Guerra le había dejado cicatrices, afeándole externamente, Snape había resultado ser, si no bello por dentro, al menos mejor hombre de lo que Harry había creído nunca. Sin embargo, aún tenían que encontrarse en medio de ese terreno hacia el que se estaban moviendo. Quizás ninguno de los dos, pensó Harry, estaba preparado para ser meramente neutrales.

—¿Ningún aviso por tu parte? —preguntó Harry al readmitido profesor de pociones.

—Es peligroso nadar solo —dijo Snape, casi sonriendo, sus largos dedos trazando dibujos ilegibles en su taza de té. Harry sintió un escalofrío estremeciendo su espalda y se fue antes de que su cuerpo pudiera delatarle ante esos insondables ojos negros.

Tres tramos de escaleras por debajo de las mazmorras, Harry se quedó de pie ante una puerta, alta y estrecha, la parte superior intensamente afilada, las bisagras absurdamente ornamentadas para una puerta que no habían visto más que un puñado de personas en la última generación, a juzgar por el polvo y las telarañas que su lumos había sacado a relucir.

Se recordó a sí mismo que había incontables puertas que no había cruzado; ésa era solamente una más. Deslizó los dedos alrededor del frío metal y oprimió el picaporte con el pulgar; seguramente imaginando el suspiro del aire estancado largamente mientras empujaba. El baño de calor contra su rostro, sin embargo, no fue una fantasía. Dio un paso hacia el interior, levantando con cuidado su pierna retorcida, dolorida por el largo descenso, sobre el umbral tallado.

Todo en Hogwarts era húmedo, así que no debería haber diferencia de un lado de la puerta al otro; aun así, cuando cerró la alta puerta tras de sí sintió el cambio. El aire lamió su piel, húmedo, cálido e íntimamente cercano.

Anchos escalones descendían en suaves anillos; la caverna se arqueaba por lo alto, encrespada, toscamente labrada por la naturaleza con la excepción de la escalera y los escarchados globos de luz amarilla que descansaban como estalagmitas a cada lado. Harry apagó su hechizo de luz y siguió descendiendo.

El pesado aire estaba aromatizado tenuemente de azufre (lo que explicaba el calor, pensó), pero el acre aroma estaba cubierto con un limpio olor, como de agujas de pino recién aplastadas.

Se entretuvo durante el largo avance descendente, preguntándose cuántos círculos completos de escaleras había, cuántos metros bajo el castillo debía de estar, y quién en toda la historia de Hogwarts había hecho ese camino antes que él. Sólo cuando imaginó qué se sentiría al resbalar y caer el resto del camino, su mente se despertó brevemente de su aletargamiento, y el vívido recuerdo del dolor le devolvió del borde del precipicio a tiempo de respirar. Si aquello era todo lo que le quedaba por sentir, podía vivir sin ello.

Una especie de rugido siseado llegó a sus oídos, más fuerte con cada paso; entonces las escaleras se acabaron en un arco, y Harry llegó a un mirador desde el que se exponía la ancha y alta abertura de una caverna ante su sobresaltada mirada.

Un lago, humeante y ondulado, alargado a los lados, el agua turquesa fluorescente en el interior. Pudo distinguir en la lejana orilla el agua golpear contra las estriadas paredes de la caverna, y a su izquierda cómo fluía una ancha cascada, en una lisa cortina reluciente como el cabello de una veela, desde un acantilado a media altura del techo.

El aire era suficientemente cálido y húmedo para que, cuando vio sus brazos moteados con el líquido transparente, no pudiera adivinar si era agua o sudor. Descendió los últimos peldaños y empezó a caminar a través del suelo arenoso.

La accidentada curva del techo de la caverna, muy alta, relucía azul y verde con la difusa luz del reflejo del agua. Columnas de oscura piedra bajaban hasta el agua, como si su esbelta largura sostuviera Hogwarts y todo el peso de la montaña. Harry se sentó en una roca que se sentía caliente como un bollo recién hecho contra su espalda. Se quitó las zapatillas y los calcetines, y retorció sus pies descalzos contra el suelo lleno de arena. Eso era lo que necesitaba; paz, soledad y agua tan cálida y sedosa que entrar en ella no supusiera más choque contra su piel que el de ir de una habitación a otra.

Les siguió pronto su camiseta, arrugada contra la roca al lado de su calzado, su varita encima de todo aunque Harry había aprendido con dolorosa experiencia que no tenía necesidad de ella. Una sombra de su antigua sonrisa asomó a sus labios y se sacó también los pantalones. No había nadie para oponerse, y no le habría importado mucho si lo hubiera. Ya no le importaba mucho nada. Ese pensamiento le borró la sonrisa.

Vestido sólo con sus cicatrices y un húmedo abrigo de aire templado, se acercó a la orilla, hundido hasta los tobillos en la fina arena. Un lejano chapoteo le hizo levantar la vista, perdiendo el equilibrio cuando la arena sujetó sus pies. Se sostuvo en una roca grande y se inclinó, retirando el peso de su pierna mala y escudriñando el lago. El agua todavía ondeaba (por la cascada, pensó, o alguna lejana acción de la marea), pero mientras miraba fijamente, algunas de las olas tomaron una forma y dirección que le sobresaltó.

Alguien estaba nadando… poco más, desde la posición estratégica de Harry, que una vacilación de color encendido bajo el agua luminosa. Irritado porque sus planes privados hubieran sido desbaratados, Harry observó el avance del nadador a lo largo de la piscina, ociosa especulación de la identidad de él o ella, demoledor cuando el nadador abrió una brecha al agitar el agua con una cabeza de largo pelo negro.

Snape.

Su irritación se transformó tras un instante en algo parecido al pánico. Harry volvió hacia el borde, examinando las inmediaciones en busca de una rápida forma de huir sin que Snape le viese. Encontró una cornisa, sobre unos seis pies de altura, cerca de la cascada. Sacando sus ropas, zapatillas y varita, trepó por las escarpadas y húmedas rocas hasta que alcanzó la cornisa, encontrando una depresión ovalada llena de arena.

Con el suave fragor de la catarata ahora detrás de él, yació boca abajo sobre la templada arena, empujando su ropa a un lado y deslizándose hacia delante hasta que pudo echar una ojeada entre las piedras al lago que quedaba abajo.

Snape salió del agua, un paso cuidadoso y ágil a la vez, agua cayendo por su cuerpo, delineando la nervuda musculatura de sus brazos y piernas. La Marca Tenebrosa (borrada sin magia ni anestesia en Azkaban antes de su perdón) había dejado un trozo de tejido rojo y cicatrizado que destacaba contra la blanca piel.

No era lo único que se había levantado. Si Harry no hubiese ya adivinado que el agua no estaba fría, lo habría sabido por la forma de la polla de Snape, rellena y medio endurecida mientras se balanceaba goteando entre sus piernas. Harry sonrió, agradecido por los hechizos de visión. Este no sería un buen momento para que sus gafas se empañaran.

La arena arañaba placenteramente su piel, la calidez acunando su cuerpo, el calor filtrándose como el más suave de los masajes en su pierna y sus hombros, siempre doloridos, aliviando la constante tensión; no sabía si era eso o lo que estaba observando, pero sus terminaciones nerviosas empezaron a despertar, hormigueando a lo largo de su vientre y sus muslos. Se retorció en la arena hacia abajo y observó desde su posición estratégica cómo Snape cruzaba hacia la cascada, escogiendo un recorrido entre las rocas y grietas hasta que alcanzó un punto donde pudo quedarse de pie bajo la catarata. Echó la cabeza hacia atrás y dejó que el agua siguiera su curso sobre él durante un momento; luego se acostó sobre una roca grande que dejaba su mitad inferior bajo la cascada y su mitad superior en plena vista de la ávida mirada de Harry.

Snape usó ambas manos para apartarse el pelo de la cara, y luego deslizó las palmas por su cuerpo abajo, quedándose en sus caderas, donde la corriente aún fluía contra él.

Su polla palpitó y Harry se colocó sobre sus rodillas incómodamente, excitado y avergonzado, vagamente consciente de que Snape le mataría si supiese que estaba mirando eso. Puede que no hubiera tenido un amante desde hacía demasiado tiempo como para recordar, pero reconocía los signos de un hombre a punto de masturbarse.

Las manos de Snape se juntaron bajo el agua, y su cabeza se inclinó hacia atrás, los ojos cerrados. La sangre se apresuró hacia la polla de Harry y deslizó una mano por su arenoso estómago para acunarse a sí mismo. Se preguntó si Snape estaría gimiendo, qué estaría viendo bajo esos párpados bordeados de negro mientras envolvía las manos alrededor de su polla húmeda.

Snape se movió, desplegando las piernas y retrocediendo un palmo, revelando un brillante y negro pelo púbico, y dos grandes y huesudas manos; una acunando sus huevos; la otra su erección, sosteniéndose bajo la catarata, dejando que el agua caliente golpeara contra su polla.

¿Cómo debe de sentirse eso?, se preguntó Harry, apretándose. ¿Como un vibrador? ¿Como una gran lengua, caliente, pesada y húmeda, contra la erección de Snape?

Snape tragó saliva y su cabeza cayó más lejos; deslizó la mano bajo su polla, hacia delante y hacia atrás, dejando que el agua hiciera el trabajo, y Harry se relamió los labios y se acarició… muriéndose al ver las caderas de Snape sacudiéndose y retorciéndose. Bruscamente Snape se sentó, torciéndose hacia delante, los dientes al aire y dedos envolviendo su erección, resbalando, resbalando…

Dios. Harry se giró sobre su espalda y se sacudió intensamente, corriéndose en tres fuertes empujes sobre su mano, pecho y piernas, mordiéndose el labio para retener el gemido dentro de su boca.

Jadeando, se relajó en la cómoda y acogedora arena; los ojos se le cerraron, la respiración y los latidos de su corazón se calmaron. Después de unos minutos de adormecedora satisfacción, se preguntó si debería comprobar dónde estaba Snape o si se había ido, pero una maravillosa lasitud le atrapó. Siempre podría investigar un poco más tarde, después de haberse recuperado. No era probable que le viese ahí, y siempre le gustaba una pequeña siesta después de…


—Te avisé —la voz de Snape borró suavemente el sueño de la mente y el cuerpo de Harry—, de que era peligroso nadar solo.

Harry abrió los ojos.

—No estaba nadando.

Snape se quedó de pie sobre él, rociándole con la niebla de flotaba desde la cascada, todavía gloriosamente desnudo. La mirada de Harry recorrió toda su extensión, desde sus tobillos perlados de arena hasta su impasible rostro, sin importarle que Snape lo interpretara como insolencia. No había estado desnudo en frente de nadie desde antes de… desde antes. Pero si había una cosa que sabía que nunca había visto en la cara de Snape, era compasión.

Los ojos oscuros se entrecerraron.

—Estabas espiando.

Harry se sentó. ¿Cómo había…? Entonces vio sus propios muslos y estómago salpicados de semen. A pesar de saber que estaba a punto de morir, sonrió, encontrando la mirada de Snape de nuevo.

—Nunca había visto a nadie hacer eso antes —dijo, señalando con la cabeza hacia la cascada.

Snape se giró y volvió por el camino por el que había subido, y Harry yació allí durante un momento, con la más extraña de las punzadas en su pecho. Se sentó, observando a Snape volviendo de nuevo hacia la cascada, mirando el juego de largos músculos en su culo y piernas mientras salvaba las rocas.

A medio camino de la pendiente, Snape se detuvo, mirándolo por encima del hombro.

—¿Y bien?

Oh.

Harry se levantó, dejando las ropas y la varita (qué demonios, ya estaba metido hasta el cuello), y le siguió.

Mantuvo los ojos pegados al estrecho camino y las manos a tientas buscando cualquier superficie adecuada para mantener el equilibrio; había aprendido a no confiar en su pierna mala con nada demasiado complicado. Una plana cornisa de piedra se extendía bajo la cascada; únicamente cuando la alcanzó se arriesgó a elevar la mirada. Snape le enfrentó, pálido y cubierto por la niebla, medio borroso e invisible bajo la cascada. Alargó la mano y sostuvo a Harry firmemente por los hombros; la primera vez que se tocaban piel con piel, se dio cuenta Harry con una sacudida.

Snape empujó a Harry bajo la cascada, nivelado contra él; la conmoción del agua golpeándole no fue nada comparado con el shock de la lengua de Snape, caliente y profundamente dentro de su boca, las puntas de sus dedos clavándose en los músculos de su culo, su huesudo pecho chocando con el de Harry, sus pollas, ya medio rígidas, presionadas juntas.

Harry deslizó las manos en el empapado pelo de Snape e inclinó la cabeza del hombre, succionando esa amarga lengua durante un largo, salvaje momento. Entonces los brazos de Snape se alzaron, apartando de un golpe las manos de Harry, y se quedaron mirándose el uno al otro, los ojos chispeantes, las bocas abiertas y jadeantes, desnudos en más sentidos que el de la piel.

Snape agarró a Harry por los hombros, girándole.

—Querías sentirlo —dijo contra su oído, empujándole contra el agua, empujando sus caderas contra su espalda. Un brazo resbaló alrededor del pecho de Harry, el otro se deslizó sobre su cadera, tres dedos acunando sus testículos, pulgar e índice rodeando su polla, dirigiéndole hacia la cortina de agua.

Harry jadeó, temblando mientras el agua golpeaba, hacía cosquillas y acariciaba, caliente, caótica, abrumadora contra la sensible carne de su erección. Snape presionó contra su espalda, su propia polla resbalando debajo, detrás y delante a lo largo de la piel tras las pelotas de Harry, follando fantasmalmente, como fantasmal era el toque de la cascada, nueva y lo suficientemente extraña para mantenerle al filo.

Snape atacó su cuello con lengua y dientes, a lo largo de su mandíbula, sin asustarse por las cicatrices que recorrían su cuello y su pecho; Harry sabía que debía de estar haciendo ruiditos, embarazosos sonidos de incoherente placer, pero el estruendo de la catarata lo anulaba, llevándoselo todo menos las sensaciones.

Snape le apartó tanto que únicamente la cabeza de su polla estaba bajo la cascada, las gotas cosquilleando como la más rápida y ágil lengua del mundo, agudísima contra su crecida erección. Snape apretó y acarició, y Harry convulsionó, corriéndose con un grito que se oyó sobre el fragor del agua. Se desplomó, sintiendo la risita de Snape, y su pierna dio un espasmo antes de ceder, casi tirándoles dentro del lago. Snape le atrapó, fuerte, firme.

—Lo siento —jadeó Harry, dividido entre saciado placer y enfadada vergüenza—. Mi jodida pierna… no quiere sostenerme…

Las manos de Snape le acallaron, una plana contra su pecho en apoyo mientras la otra exploraba, sorprendentemente tierna, a lo largo del estriado tejido de la cicatriz de su muslo.

—Yo te sostendré —le dijo en su oído.

Se movió… y entonces estaban volando. No. Cayendo.

Harry tuvo tiempo de ponerse rígido, pero no de gritar. Entonces la espalda de Snape golpeó el agua y el cuerpo de Harry golpeó su pecho (no tan fuerte como para hacerle daño), y el agua se cerró con un pesado splash, tirando de ellos hacia abajo en un lecho caliente, verde y tranquilo.

Harry aspiró una profunda bocanada, al borde del pánico, pánico que desapareció cuando se dio cuenta de que podía respirar perfectamente bien. Sintió el pecho de Snape elevándose y bajando bajo él, y supo que el otro había creado un hechizo de cabeza-burbuja para ellos. Obligó a su cuerpo a relajarse, sintiendo los brazos de Snape todavía alrededor de él, y entendió que el hombre tenía el control de la situación. No era totalmente tranquilizador, pero era suficiente para sobrellevarlo.

Snape pateó (sintió el movimiento contra sus propias piernas), y se deslizaron fuera de la cascada. Harry extendió sus brazos y piernas y se dejó ir; era como flotar en una balsa huesuda, pero no incómoda; navegar, sólo que bajo la superficie de las aguas calmadas. Cerró los ojos contra la difusa luz verde, y después de un momento (cuando tuvo claro, supuso, que no iba a tener un ataque de pánico), Snape redujo su seguro agarre alrededor de su pecho y deslizó ambas manos por su cuerpo hacia abajo, por debajo y entre sus nalgas. Harry juró que podía sentir el agua facilitándolo, sedoso y suavemente antes de que los dedos de Snape acariciasen y acariciasen.

Se detuvieron. Presionando, una lenta e inquisitiva presión hasta que el cuerpo de Harry se relajó alrededor.

Snape asintió.

—Bien… —Succionó su oreja, mordisqueó su cuello, mostrándole por qué dos cabezas en una cabeza-burbuja eran mejores que una.

Entonces Harry sintió un calor deslizándose dentro de su cuerpo y se arqueó, culo y pecho apretándose de sobresalto ante la intrusión.

—Dios… —envolvió con sus manos los antebrazos de Snape, pero no luchó contra la lenta sensación de la penetración. Sus pies se agitaron, pero no pudo hacer nada contra Snape, y él les sostenía fuertemente juntos, sus dedos moviéndose dentro, fuera, dentro, curvándose para acariciar, una y otra vez, ese punto que le hacía gritar y retorcerse como un pez en un garfio.

—¡Merlín! Snape…

Snape retiró los dedos, reemplazándolos por su polla en un fuerte empujón que forzó un mudo gemido de pura sensación en la garganta de Harry. Snape impulsó sus caderas más profundamente y se detuvo, sus respiraciones graves y rápidas en sus oídos, contrastando con los desamparados gemidos de Harry y el intermitente apretón de sus manos en los brazos de Snape.

Harry gimió, sintiéndose de pronto libre mientras sus cuerpos se balanceaban suavemente en el agua, sin peso, ancla o cuidado, nada más que la caliente y gruesa longitud de la polla de Snape profundamente dentro de él, provocando que cada nervio acabase en un fuego caótico.

—Estoy dentro de ti —dijo Snape (pudo oírlo entre los dientes apretados).

El gemido de Harry se apagó en una débil risa.

—Siempre lo has estado.

Sintió un breve arranque de la risa silenciosa de Snape; luego esas mañosas manos se deslizaron a su alrededor para agarrar los huesos de sus caderas, y entonces se empezó a mover.

Lenta, tenazmente, un atormentador deslizamiento dentro y fuera y dentro. Suaves olas lamieron sus ondulantes cuerpos, y Snape mordió su hombro y apretó su alborotada polla con sus flacos e implacables dedos y le hizo sentir lleno. Harry gimió y tembló, ingrávido, sin pensar, pero vivo, al fin jodidamente vivo.

Entonces el brazo que Snape tenía alrededor de su pecho se apretó y sacó sus cuerpos afuera; las aguas se arremolinaron a su alrededor mientras pataleaba fuertemente hacia la orilla, varándoles bruscamente en una repisa de sedoso lodo. Sobresaltado, Harry se protegió con los codos, arrojado por la gravedad, por el débil estallido del hechizo, por el peso de Snape sobre su espalda, su polla forzada profunda, profundamente, empujando a Harry en el cieno, deslizando su erección en el cálido y fino lodo que rezumaba, succionaba y hormigueaba.

—Oh… Dios… —Se retorció, estrujando puños de arena en ambas manos mientras luchaba por arrastrarse fuera cuando todo lo que quería era eso, Snape dentro de él, cabalgándole. El hombre atrapó sus agitadas manos con las suyas, las aplastó; y cuando gimió su nombre, Harry se corrió, una patética vibración de sus pelotas vacías, unos pocos débiles chorros de su polla en el lodo.

Se desparramó, boca abajo, con palpitaciones por todos lados, y Snape jadeando en su oído, gruñendo abrasivas exhalaciones mientras bombeaba y se estremecía, todavía, y se estremecía de nuevo antes de colapsar.

Snape se echó completamente sobre su espalda, pesado y caliente, los pulmones trabajando, y Harry se permitió disfrutar de la sensación de ser cubierto, de ser rodeado y absorbido, de dejarse llevar.

No podía haber dormido durante mucho rato, pensó Harry cuando escuchó su nombre y levantó la cabeza de la arena. Su cuerpo estaba todavía hormigueando, todavía desplomado de más orgasmos en pocas horas de los que podía recordar haber tenido en una semana.

¿Ya has vuelto con los vivos? — dijo Snape, a su lado.

Harry gimió y se giró cautelosamente. Le dolía todo. Se sentía exhausto y duramente cabalgado; se sentía escurrido, saciado y magullado… sentía. Era magnífico.

—Estás hecho un desastre —dijo Snape. Harry bajó la mirada hacia su estómago, veteado de lodo, arena y semen, y se rió de sí mismo.

—Podrías bañarte, ya que estás aquí —dijo Snape.

Harry se sentó, puso su peso sobre sus pies y se levantó con exagerada precaución.

—Me han dicho que es peligroso nadar solo —dijo, mirando al lago.

A su lado, Snape se levantó y metió los pies dentro del agua, cuatro pasos que le llevaron a cubrirle la cintura. Entonces se giró.

—No estás solo —le tendió una mano.

Harry la cogió.

 

Fin

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