Traducido
por Danvers - Beta: Veroboned
Como innumerables
héroes habían hecho antes que él, Harry Potter
descubrió que cuando se ganan las grandes batallas, la menor
amenaza es la más grande.
No es
nada sobre lo que avergonzarse, habría mentido Hermione
(no porque fuera una mentirosa, sino porque le importaban los sentimientos
de Harry). Ella le habría consolado.
Hay mucha
gente que no sabe, habría dicho Ron, intentando no reírse
demasiado fuerte, porque sabía que Harry podría encajar
la burla viniendo de un amigo. Ron le habría tomado el pelo.
Dumbledore
probablemente le habría ofrecido un consejo poco claro que, después
de mucha consideración, Harry habría encontrado digno
de ser oído.
Sirius o
Remus sencillamente le habrían enseñado cómo hacerlo,
y Hagrid al menos lo habría intentado. Ginny… Quizás
a Ginny no le habría dicho nada. No le había dicho un
montón de cosas. No es que ahora importase
De entre
los vivos, Neville, que había luchado en el tercer invernadero
contra una Tentacula venenosa más grande que su cuerpo
entero, le había mirado inocentemente y le habría dicho,
sin evidente ironía—: Yo tampoco sé. Siempre
tuve miedo de aprender.
Minerva simplemente
le había mirado, del mismo modo en que siempre lo hacía,
tan directamente que hacía sentir a Harry como cuando era un
niño, cuando estaba sin cicatrices, sin heridas, ileso. Extrañamente,
le sentó mal. Había merecido las cicatrices, y una parte
infantil de él se enorgullecía cuando los de primer año
se quedaban con la boca abierta y daban un paso atrás al entrar
en el aula. Pero parecía una locura sentirse empequeñecido
por la directa mirada de Minerva cuando ya no podía soportar
mirarse en el espejo.
—¿Eso
importa? —había preguntado la directora a su profesor de
defensa. Harry se encogió de hombros.
—Me
gustaría aprender —había dicho.
Después
de otra grave mirada, dijo—: El lago es demasiado frío,
incluso en verano. —Como los alumnos nadaban allí con frecuencia,
Harry entendió que lo que en realidad quería decir era
que estaba demasiado frío para que lo soportara su pierna inválida—.
Pero hay una gruta.
—¿La
hay? —interrumpió Flitwick—. Había escuchado
rumores.
—Bajo
las mazmorras —dijo Minerva. La mirada de Harry se dirigió
rápidamente al asiento de la esquina donde Snape se sentaba,
mirándoles, envuelto en silencio y sonriéndoles con desprecio,
como siempre. Y como siempre, acechando.
—El
agua está templada, alimentada por fuentes termales, y serena.
Perfecta para un principiante.
Harry, se
perdió por un momento en la comprensión de que no sentía
vergüenza de no saber, como un adulto de 25 años, lo que
la mayor parte de los niños aprendían a la mitad de su
edad. ¿Es eso crecer? ¿Sencillamente dejar de sentirla?
Al final asintió.
—Gracias,
Minerva. Lo intentaré.
—¿Quieres
compañía? —Tonks se medio levantó de su asiento,
ligera como siempre—. No me he bañado en años.
Harry negó
con la cabeza. —No. Gracias, pero… —Un encogimiento
de hombros y una sonrisa avergonzada salieron a relucir de algún
lugar, no quería herirla más de lo que ya había
sido—. Ya sabes, es algo humillante tener a gente observándome
mientras me muevo con dificultad. Espera hasta que aprenda, entonces
tendremos una fiesta en la piscina.
Volvió
a sentarse en la silla, con su sonrisa dolorosamente brillante—:
Claro, Harry. Lo haremos en otro momento.
Harry se
detuvo camino de la salida junto a la silla de Snape. Éste elevó
la mirada, y el Gryffindor fue golpeado de nuevo por el hecho de que
aunque la Guerra le había dejado cicatrices, afeándole
externamente, Snape había resultado ser, si no bello por dentro,
al menos mejor hombre de lo que Harry había creído nunca.
Sin embargo, aún tenían que encontrarse en medio de ese
terreno hacia el que se estaban moviendo. Quizás ninguno de los
dos, pensó Harry, estaba preparado para ser meramente neutrales.
—¿Ningún
aviso por tu parte? —preguntó Harry al readmitido profesor
de pociones.
—Es
peligroso nadar solo —dijo Snape, casi sonriendo, sus largos dedos
trazando dibujos ilegibles en su taza de té. Harry sintió
un escalofrío estremeciendo su espalda y se fue antes de que
su cuerpo pudiera delatarle ante esos insondables ojos negros.
Tres tramos
de escaleras por debajo de las mazmorras, Harry se quedó de pie
ante una puerta, alta y estrecha, la parte superior intensamente afilada,
las bisagras absurdamente ornamentadas para una puerta que no habían
visto más que un puñado de personas en la última
generación, a juzgar por el polvo y las telarañas que
su lumos había sacado a relucir.
Se recordó
a sí mismo que había incontables puertas que no había
cruzado; ésa era solamente una más. Deslizó los
dedos alrededor del frío metal y oprimió el picaporte
con el pulgar; seguramente imaginando el suspiro del aire estancado
largamente mientras empujaba. El baño de calor contra su rostro,
sin embargo, no fue una fantasía. Dio un paso hacia el interior,
levantando con cuidado su pierna retorcida, dolorida por el largo descenso,
sobre el umbral tallado.
Todo en Hogwarts
era húmedo, así que no debería haber diferencia
de un lado de la puerta al otro; aun así, cuando cerró
la alta puerta tras de sí sintió el cambio. El aire lamió
su piel, húmedo, cálido e íntimamente cercano.
Anchos escalones
descendían en suaves anillos; la caverna se arqueaba por lo alto,
encrespada, toscamente labrada por la naturaleza con la excepción
de la escalera y los escarchados globos de luz amarilla que descansaban
como estalagmitas a cada lado. Harry apagó su hechizo de luz
y siguió descendiendo.
El pesado
aire estaba aromatizado tenuemente de azufre (lo que explicaba el calor,
pensó), pero el acre aroma estaba cubierto con un limpio olor,
como de agujas de pino recién aplastadas.
Se entretuvo
durante el largo avance descendente, preguntándose cuántos
círculos completos de escaleras había, cuántos
metros bajo el castillo debía de estar, y quién en toda
la historia de Hogwarts había hecho ese camino antes que él.
Sólo cuando imaginó qué se sentiría al resbalar
y caer el resto del camino, su mente se despertó brevemente de
su aletargamiento, y el vívido recuerdo del dolor le devolvió
del borde del precipicio a tiempo de respirar. Si aquello era todo lo
que le quedaba por sentir, podía vivir sin ello.
Una especie
de rugido siseado llegó a sus oídos, más fuerte
con cada paso; entonces las escaleras se acabaron en un arco, y Harry
llegó a un mirador desde el que se exponía la ancha y
alta abertura de una caverna ante su sobresaltada mirada.
Un lago,
humeante y ondulado, alargado a los lados, el agua turquesa fluorescente
en el interior. Pudo distinguir en la lejana orilla el agua golpear
contra las estriadas paredes de la caverna, y a su izquierda cómo
fluía una ancha cascada, en una lisa cortina reluciente como
el cabello de una veela, desde un acantilado a media altura del techo.
El aire era
suficientemente cálido y húmedo para que, cuando vio sus
brazos moteados con el líquido transparente, no pudiera adivinar
si era agua o sudor. Descendió los últimos peldaños
y empezó a caminar a través del suelo arenoso.
La accidentada
curva del techo de la caverna, muy alta, relucía azul y verde
con la difusa luz del reflejo del agua. Columnas de oscura piedra bajaban
hasta el agua, como si su esbelta largura sostuviera Hogwarts y todo
el peso de la montaña. Harry se sentó en una roca que
se sentía caliente como un bollo recién hecho contra su
espalda. Se quitó las zapatillas y los calcetines, y retorció
sus pies descalzos contra el suelo lleno de arena. Eso era lo que necesitaba;
paz, soledad y agua tan cálida y sedosa que entrar en ella no
supusiera más choque contra su piel que el de ir de una habitación
a otra.
Les siguió
pronto su camiseta, arrugada contra la roca al lado de su calzado, su
varita encima de todo aunque Harry había aprendido con dolorosa
experiencia que no tenía necesidad de ella. Una sombra de su
antigua sonrisa asomó a sus labios y se sacó también
los pantalones. No había nadie para oponerse, y no le habría
importado mucho si lo hubiera. Ya no le importaba mucho nada. Ese pensamiento
le borró la sonrisa.
Vestido sólo
con sus cicatrices y un húmedo abrigo de aire templado, se acercó
a la orilla, hundido hasta los tobillos en la fina arena. Un lejano
chapoteo le hizo levantar la vista, perdiendo el equilibrio cuando la
arena sujetó sus pies. Se sostuvo en una roca grande y se inclinó,
retirando el peso de su pierna mala y escudriñando el lago. El
agua todavía ondeaba (por la cascada, pensó, o alguna
lejana acción de la marea), pero mientras miraba fijamente, algunas
de las olas tomaron una forma y dirección que le sobresaltó.
Alguien estaba
nadando… poco más, desde la posición estratégica
de Harry, que una vacilación de color encendido bajo el agua
luminosa. Irritado porque sus planes privados hubieran sido desbaratados,
Harry observó el avance del nadador a lo largo de la piscina,
ociosa especulación de la identidad de él o ella, demoledor
cuando el nadador abrió una brecha al agitar el agua con una
cabeza de largo pelo negro.
Snape.
Su irritación
se transformó tras un instante en algo parecido al pánico.
Harry volvió hacia el borde, examinando las inmediaciones en
busca de una rápida forma de huir sin que Snape le viese. Encontró
una cornisa, sobre unos seis pies de altura, cerca de la cascada. Sacando
sus ropas, zapatillas y varita, trepó por las escarpadas y húmedas
rocas hasta que alcanzó la cornisa, encontrando una depresión
ovalada llena de arena.
Con el suave
fragor de la catarata ahora detrás de él, yació
boca abajo sobre la templada arena, empujando su ropa a un lado y deslizándose
hacia delante hasta que pudo echar una ojeada entre las piedras al lago
que quedaba abajo.
Snape salió
del agua, un paso cuidadoso y ágil a la vez, agua cayendo por
su cuerpo, delineando la nervuda musculatura de sus brazos y piernas.
La Marca Tenebrosa (borrada sin magia ni anestesia en Azkaban antes
de su perdón) había dejado un trozo de tejido rojo y cicatrizado
que destacaba contra la blanca piel.
No era lo
único que se había levantado. Si Harry no hubiese ya adivinado
que el agua no estaba fría, lo habría sabido por la forma
de la polla de Snape, rellena y medio endurecida mientras se balanceaba
goteando entre sus piernas. Harry sonrió, agradecido por los
hechizos de visión. Este no sería un buen momento para
que sus gafas se empañaran.
La arena
arañaba placenteramente su piel, la calidez acunando su cuerpo,
el calor filtrándose como el más suave de los masajes
en su pierna y sus hombros, siempre doloridos, aliviando la constante
tensión; no sabía si era eso o lo que estaba observando,
pero sus terminaciones nerviosas empezaron a despertar, hormigueando
a lo largo de su vientre y sus muslos. Se retorció en la arena
hacia abajo y observó desde su posición estratégica
cómo Snape cruzaba hacia la cascada, escogiendo un recorrido
entre las rocas y grietas hasta que alcanzó un punto donde pudo
quedarse de pie bajo la catarata. Echó la cabeza hacia atrás
y dejó que el agua siguiera su curso sobre él durante
un momento; luego se acostó sobre una roca grande que dejaba
su mitad inferior bajo la cascada y su mitad superior en plena vista
de la ávida mirada de Harry.
Snape usó
ambas manos para apartarse el pelo de la cara, y luego deslizó
las palmas por su cuerpo abajo, quedándose en sus caderas, donde
la corriente aún fluía contra él.
Su polla
palpitó y Harry se colocó sobre sus rodillas incómodamente,
excitado y avergonzado, vagamente consciente de que Snape le mataría
si supiese que estaba mirando eso. Puede que no hubiera tenido un amante
desde hacía demasiado tiempo como para recordar, pero reconocía
los signos de un hombre a punto de masturbarse.
Las manos
de Snape se juntaron bajo el agua, y su cabeza se inclinó hacia
atrás, los ojos cerrados. La sangre se apresuró hacia
la polla de Harry y deslizó una mano por su arenoso estómago
para acunarse a sí mismo. Se preguntó si Snape estaría
gimiendo, qué estaría viendo bajo esos párpados
bordeados de negro mientras envolvía las manos alrededor de su
polla húmeda.
Snape se
movió, desplegando las piernas y retrocediendo un palmo, revelando
un brillante y negro pelo púbico, y dos grandes y huesudas manos;
una acunando sus huevos; la otra su erección, sosteniéndose
bajo la catarata, dejando que el agua caliente golpeara contra su polla.
¿Cómo
debe de sentirse eso?, se preguntó Harry, apretándose.
¿Como un vibrador? ¿Como una gran lengua, caliente, pesada
y húmeda, contra la erección de Snape?
Snape tragó
saliva y su cabeza cayó más lejos; deslizó la mano
bajo su polla, hacia delante y hacia atrás, dejando que el agua
hiciera el trabajo, y Harry se relamió los labios y se acarició…
muriéndose al ver las caderas de Snape sacudiéndose y
retorciéndose. Bruscamente Snape se sentó, torciéndose
hacia delante, los dientes al aire y dedos envolviendo su erección,
resbalando, resbalando…
Dios.
Harry se giró sobre su espalda y se sacudió intensamente,
corriéndose en tres fuertes empujes sobre su mano, pecho y piernas,
mordiéndose el labio para retener el gemido dentro de su boca.
Jadeando,
se relajó en la cómoda y acogedora arena; los ojos se
le cerraron, la respiración y los latidos de su corazón
se calmaron. Después de unos minutos de adormecedora satisfacción,
se preguntó si debería comprobar dónde estaba Snape
o si se había ido, pero una maravillosa lasitud le atrapó.
Siempre podría investigar un poco más tarde, después
de haberse recuperado. No era probable que le viese ahí, y siempre
le gustaba una pequeña siesta después de…
—Te avisé —la voz de Snape borró suavemente
el sueño de la mente y el cuerpo de Harry—, de que era
peligroso nadar solo.
Harry abrió
los ojos.
—No
estaba nadando.
Snape se
quedó de pie sobre él, rociándole con la niebla
de flotaba desde la cascada, todavía gloriosamente desnudo. La
mirada de Harry recorrió toda su extensión, desde sus
tobillos perlados de arena hasta su impasible rostro, sin importarle
que Snape lo interpretara como insolencia. No había estado desnudo
en frente de nadie desde antes de… desde antes. Pero si había
una cosa que sabía que nunca había visto en la cara de
Snape, era compasión.
Los ojos
oscuros se entrecerraron.
—Estabas
espiando.
Harry se
sentó. ¿Cómo había…? Entonces vio
sus propios muslos y estómago salpicados de semen. A pesar de
saber que estaba a punto de morir, sonrió, encontrando la mirada
de Snape de nuevo.
—Nunca
había visto a nadie hacer eso antes —dijo, señalando
con la cabeza hacia la cascada.
Snape se
giró y volvió por el camino por el que había subido,
y Harry yació allí durante un momento, con la más
extraña de las punzadas en su pecho. Se sentó, observando
a Snape volviendo de nuevo hacia la cascada, mirando el juego de largos
músculos en su culo y piernas mientras salvaba las rocas.
A medio camino
de la pendiente, Snape se detuvo, mirándolo por encima del hombro.
—¿Y
bien?
Oh.
Harry se
levantó, dejando las ropas y la varita (qué demonios,
ya estaba metido hasta el cuello), y le siguió.
Mantuvo los
ojos pegados al estrecho camino y las manos a tientas buscando cualquier
superficie adecuada para mantener el equilibrio; había aprendido
a no confiar en su pierna mala con nada demasiado complicado. Una plana
cornisa de piedra se extendía bajo la cascada; únicamente
cuando la alcanzó se arriesgó a elevar la mirada. Snape
le enfrentó, pálido y cubierto por la niebla, medio borroso
e invisible bajo la cascada. Alargó la mano y sostuvo a Harry
firmemente por los hombros; la primera vez que se tocaban piel con piel,
se dio cuenta Harry con una sacudida.
Snape empujó
a Harry bajo la cascada, nivelado contra él; la conmoción
del agua golpeándole no fue nada comparado con el shock de la
lengua de Snape, caliente y profundamente dentro de su boca, las puntas
de sus dedos clavándose en los músculos de su culo, su
huesudo pecho chocando con el de Harry, sus pollas, ya medio rígidas,
presionadas juntas.
Harry deslizó
las manos en el empapado pelo de Snape e inclinó la cabeza del
hombre, succionando esa amarga lengua durante un largo, salvaje momento.
Entonces los brazos de Snape se alzaron, apartando de un golpe las manos
de Harry, y se quedaron mirándose el uno al otro, los ojos chispeantes,
las bocas abiertas y jadeantes, desnudos en más sentidos que
el de la piel.
Snape agarró
a Harry por los hombros, girándole.
—Querías
sentirlo —dijo contra su oído, empujándole contra
el agua, empujando sus caderas contra su espalda. Un brazo resbaló
alrededor del pecho de Harry, el otro se deslizó sobre su cadera,
tres dedos acunando sus testículos, pulgar e índice rodeando
su polla, dirigiéndole hacia la cortina de agua.
Harry jadeó,
temblando mientras el agua golpeaba, hacía cosquillas y acariciaba,
caliente, caótica, abrumadora contra la sensible carne de su
erección. Snape presionó contra su espalda, su propia
polla resbalando debajo, detrás y delante a lo largo de la piel
tras las pelotas de Harry, follando fantasmalmente, como fantasmal era
el toque de la cascada, nueva y lo suficientemente extraña para
mantenerle al filo.
Snape atacó
su cuello con lengua y dientes, a lo largo de su mandíbula, sin
asustarse por las cicatrices que recorrían su cuello y su pecho;
Harry sabía que debía de estar haciendo ruiditos, embarazosos
sonidos de incoherente placer, pero el estruendo de la catarata lo anulaba,
llevándoselo todo menos las sensaciones.
Snape le
apartó tanto que únicamente la cabeza de su polla estaba
bajo la cascada, las gotas cosquilleando como la más rápida
y ágil lengua del mundo, agudísima contra su crecida erección.
Snape apretó y acarició, y Harry convulsionó, corriéndose
con un grito que se oyó sobre el fragor del agua. Se desplomó,
sintiendo la risita de Snape, y su pierna dio un espasmo antes de ceder,
casi tirándoles dentro del lago. Snape le atrapó, fuerte,
firme.
—Lo
siento —jadeó Harry, dividido entre saciado placer y enfadada
vergüenza—. Mi jodida pierna… no quiere sostenerme…
Las manos
de Snape le acallaron, una plana contra su pecho en apoyo mientras la
otra exploraba, sorprendentemente tierna, a lo largo del estriado tejido
de la cicatriz de su muslo.
—Yo
te sostendré —le dijo en su oído.
Se movió…
y entonces estaban volando. No. Cayendo.
Harry tuvo
tiempo de ponerse rígido, pero no de gritar. Entonces la espalda
de Snape golpeó el agua y el cuerpo de Harry golpeó su
pecho (no tan fuerte como para hacerle daño), y el agua se cerró
con un pesado splash, tirando de ellos hacia abajo en un lecho
caliente, verde y tranquilo.
Harry aspiró
una profunda bocanada, al borde del pánico, pánico que
desapareció cuando se dio cuenta de que podía respirar
perfectamente bien. Sintió el pecho de Snape elevándose
y bajando bajo él, y supo que el otro había creado un
hechizo de cabeza-burbuja para ellos. Obligó a su cuerpo a relajarse,
sintiendo los brazos de Snape todavía alrededor de él,
y entendió que el hombre tenía el control de la situación.
No era totalmente tranquilizador, pero era suficiente para sobrellevarlo.
Snape pateó
(sintió el movimiento contra sus propias piernas), y se deslizaron
fuera de la cascada. Harry extendió sus brazos y piernas y se
dejó ir; era como flotar en una balsa huesuda, pero no incómoda;
navegar, sólo que bajo la superficie de las aguas calmadas. Cerró
los ojos contra la difusa luz verde, y después de un momento
(cuando tuvo claro, supuso, que no iba a tener un ataque de pánico),
Snape redujo su seguro agarre alrededor de su pecho y deslizó
ambas manos por su cuerpo hacia abajo, por debajo y entre sus nalgas.
Harry juró que podía sentir el agua facilitándolo,
sedoso y suavemente antes de que los dedos de Snape acariciasen y acariciasen.
Se detuvieron.
Presionando, una lenta e inquisitiva presión hasta que el cuerpo
de Harry se relajó alrededor.
Snape asintió.
—Bien…
—Succionó su oreja, mordisqueó su cuello, mostrándole
por qué dos cabezas en una cabeza-burbuja eran mejores que una.
Entonces
Harry sintió un calor deslizándose dentro de su cuerpo
y se arqueó, culo y pecho apretándose de sobresalto ante
la intrusión.
—Dios…
—envolvió con sus manos los antebrazos de Snape, pero no
luchó contra la lenta sensación de la penetración.
Sus pies se agitaron, pero no pudo hacer nada contra Snape, y él
les sostenía fuertemente juntos, sus dedos moviéndose
dentro, fuera, dentro, curvándose para acariciar, una y otra
vez, ese punto que le hacía gritar y retorcerse como un pez en
un garfio.
—¡Merlín!
Snape…
Snape retiró
los dedos, reemplazándolos por su polla en un fuerte empujón
que forzó un mudo gemido de pura sensación en la garganta
de Harry. Snape impulsó sus caderas más profundamente
y se detuvo, sus respiraciones graves y rápidas en sus oídos,
contrastando con los desamparados gemidos de Harry y el intermitente
apretón de sus manos en los brazos de Snape.
Harry gimió,
sintiéndose de pronto libre mientras sus cuerpos se balanceaban
suavemente en el agua, sin peso, ancla o cuidado, nada más que
la caliente y gruesa longitud de la polla de Snape profundamente dentro
de él, provocando que cada nervio acabase en un fuego caótico.
—Estoy
dentro de ti —dijo Snape (pudo oírlo entre los dientes
apretados).
El gemido
de Harry se apagó en una débil risa.
—Siempre
lo has estado.
Sintió
un breve arranque de la risa silenciosa de Snape; luego esas mañosas
manos se deslizaron a su alrededor para agarrar los huesos de sus caderas,
y entonces se empezó a mover.
Lenta, tenazmente,
un atormentador deslizamiento dentro y fuera y dentro. Suaves olas lamieron
sus ondulantes cuerpos, y Snape mordió su hombro y apretó
su alborotada polla con sus flacos e implacables dedos y le hizo sentir
lleno. Harry gimió y tembló, ingrávido, sin pensar,
pero vivo, al fin jodidamente vivo.
Entonces
el brazo que Snape tenía alrededor de su pecho se apretó
y sacó sus cuerpos afuera; las aguas se arremolinaron a su alrededor
mientras pataleaba fuertemente hacia la orilla, varándoles bruscamente
en una repisa de sedoso lodo. Sobresaltado, Harry se protegió
con los codos, arrojado por la gravedad, por el débil estallido
del hechizo, por el peso de Snape sobre su espalda, su polla forzada
profunda, profundamente, empujando a Harry en el cieno, deslizando su
erección en el cálido y fino lodo que rezumaba, succionaba
y hormigueaba.
—Oh…
Dios… —Se retorció, estrujando puños de arena
en ambas manos mientras luchaba por arrastrarse fuera cuando todo lo
que quería era eso, Snape dentro de él, cabalgándole.
El hombre atrapó sus agitadas manos con las suyas, las aplastó;
y cuando gimió su nombre, Harry se corrió, una patética
vibración de sus pelotas vacías, unos pocos débiles
chorros de su polla en el lodo.
Se desparramó,
boca abajo, con palpitaciones por todos lados, y Snape jadeando en su
oído, gruñendo abrasivas exhalaciones mientras bombeaba
y se estremecía, todavía, y se estremecía de nuevo
antes de colapsar.
Snape se
echó completamente sobre su espalda, pesado y caliente, los pulmones
trabajando, y Harry se permitió disfrutar de la sensación
de ser cubierto, de ser rodeado y absorbido, de dejarse llevar.
No podía
haber dormido durante mucho rato, pensó Harry cuando escuchó
su nombre y levantó la cabeza de la arena. Su cuerpo estaba todavía
hormigueando, todavía desplomado de más orgasmos en pocas
horas de los que podía recordar haber tenido en una semana.
¿Ya
has vuelto con los vivos? — dijo Snape, a su lado.
Harry gimió
y se giró cautelosamente. Le dolía todo. Se sentía
exhausto y duramente cabalgado; se sentía escurrido, saciado
y magullado… sentía. Era magnífico.
—Estás
hecho un desastre —dijo Snape. Harry bajó la mirada hacia
su estómago, veteado de lodo, arena y semen, y se rió
de sí mismo.
—Podrías
bañarte, ya que estás aquí —dijo Snape.
Harry se
sentó, puso su peso sobre sus pies y se levantó con exagerada
precaución.
—Me
han dicho que es peligroso nadar solo —dijo, mirando al lago.
A su lado,
Snape se levantó y metió los pies dentro del agua, cuatro
pasos que le llevaron a cubrirle la cintura. Entonces se giró.
—No
estás solo —le tendió una mano.
Harry la
cogió.
Fin
¡Coméntalo
aquí!